Constanza Andrea Farías Banto
Novicia Carmelita Teresa de San José, segundo año.
Dios siempre está buscando la manera de comunicarse con nosotros para darnos a conocer su amor. Cuando “la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros” (Jn 1, 14) desaparecieron todas las distancias entre Dios y los hombres. El Padre quiso entregarnos su más grande tesoro: su Hijo. Es verdad que Jesús ya no está de cuerpo presente, pero subió al cielo y nos ha enviado el Espíritu Santo para que con su sabiduría nos asista en todas nuestras tareas (cf. Sb 9, 9- 11). Esto es un signo de que el amor de Jesús ha traspasado las barreras de la muerte, vive en nuestros corazones y está presente en medio de nosotros.
Para acercarnos y conocer a Jesús no es necesario ir muy lejos ¡qué bien entendieron estos nuestros queridos santos del Carmelo!, quienes con su doctrina y sus diversos escritos espirituales nos enseñan a vivir escondidos en Dios. Santa Isabel de la Trinidad, por ejemplo, llegó a comprender que la oración contemplativa es cuando Dios lo hace todo y nosotros no hacemos nada. De esta manera para ella la oración se transformó en una íntima unión del alma con Dios a tal punto que llegó a sentir que Dios vivía en su alma.
A Dios le agradan estas almas humildes, sencillas y dóciles que se dejan transformar. En ellas Dios actúa imprimiendo su hermosura, y el Espíritu Santo desciende sobre ellas bendiciéndolas con sus dones. Pero esto no ocurre por arte de magia, es parte de un camino que muchas veces se hace largo y difícil, pues Dios obra en nuestra alma como un escultor que con su cincel trabaja pacientemente sobre el mármol, y el Espíritu Santo es el que lleva a cabo esta obra.
Por eso tenemos que orar: “Danos Oh Señor tu Espíritu y renovarás la faz de la tierra”. Tenemos que disponer nuestro corazón para recibir al Espíritu, para que obre en nosotros e imprima en nuestra pobre alma la hermosura de Dios. Con la gracia del Espíritu Santo seremos transformados “en lira misteriosa que, a su toque divino, entonará en silencio un magnífico canto al Amor” (Palabras de Santa Isabel de la Trinidad a su hermana Guita).
El Espíritu es esa llama de amor que inflama nuestro corazón elevándolo hacia Dios. El Espíritu permite que se de esta unión para que vivamos escondidos en Dios, para que podamos ser alabanzas de gloria en la tierra, para que seamos capaces de amar a nuestros hermanos porque en ellos también se refleja la hermosura de Dios.
Cultivemos la oración para reconocer la presencia del Amado en todo lo que nos rodea. Sintonicemos con Jesús y comulguemos con Él para reconocer su presencia en nuestros hermanos más necesitados, para que seamos como el Buen Samaritano que descubrió en su hermano herido el rostro humano de Dios; reconozcamos su rostro en esas personas que nos han mirado con amor, que nos han escuchado, comprendido, consolado, tendido una mano, pues a través de estas acciones llenas de misericordia Jesús ha querido transparentarnos su rostro.
Pidamos al Espíritu Santo, que con sus dones, nos anime en esta tarea apasionante de anunciar a Jesús; que podamos vivir en relación para que como el Hijo y el Padre seamos uno; para que vivamos completamente sumergidos en el Amor que hace de nosotros una nueva creación.
No olvidemos que el Espíritu mora en nosotros, mora en nuestros hermanos, y ahí en el fondo de nuestra alma entramos en comunión con la humanidad porque como dice Santa Isabel de la Trinidad “somos portadores de un pequeño cielo, donde el Amor ha decidido establecer su morada”.