Por:
Olga Regina Benítez, Fraterna Carmelitana

Quiero compartir con alegría y gratitud algunos de los momentos de la experiencia de misión vivida los días 15 al 22 de diciembre del 2021 en la vereda de Caliche y otras veredas aledañas, del pueblo de Ragonvalia- Norte de Santander.

Desde el mismo momento en el que la hermana Carmen Cecilia hizo la invitación en la fraternidad, no dudé en decir yo quiero. Poco a poco descubrí que era la oportunidad precisa para cerrar con broche de oro una etapa de mi vida de educadora, me lancé a vivir la experiencia con el apoyo de la fraternidad de Israel- Medellín.

Imposible no hablar de la familia que nos acogió en su casa, con gran calidez humana: el Señor Félix Javier Rozo, la Señora Lucelida Jauregui y sus hijos Fabián y Edynson y del grupo de jóvenes: Fabián, Cristian, Diego, y Julián , quienes junto con la señora Zenaida Jauregui, hermana de doña Lucelida, nos acompañaron en las visitas hechas a las familias de la vereda y veredas cercanas.

Este grupo de personas, fueron para la Hermana Marina, la Hermana Marcela y para mí, un testimonio vivo de la presencia de Jesús en el servicio prestado desde la gratuidad. Doña Lucelida y Don Javier, testimonio del buen samaritano, su casa lugar de encuentro para muchas personas necesitadas de la vereda, casa de puertas abiertas.

Iniciábamos el día con un espacio de Oración, al que asistían por iniciativa propia y desde una actitud de compromiso constante el grupo misionero (La señora Zenaida y los Jóvenes). Fue admirable el compartir profundo y sencillo de este grupo.

Disfrutamos de un clima frio, con niebla y de una naturaleza fresca, con frondosos jardines y caminos que nos llevaron a la casa de la gente de la vereda de caliche y veredas cercanas, donde fuimos acogid@s con sencillez y alegría por muchas familias.

Como si fuera poco, todos los días tuvimos la bendición de celebrar la Eucaristía en la Capilla “el niño huerfanito” de la vereda de caliche, celebrada por los Sacerdotes: Víctor Hugo Cruz – Párroco de Ragonvalia y el Padre Mario Capacho. Esta fue amenizada con villancicos, preparados por un bello grupo de niñ@s organizados por el profesor Henry, de la escuela de la vereda. Dentro de la misma Eucaristía se hacía la novena, cada día una vereda era responsable de la misma y de organizar las ofrendas, representando de forma creativa el símbolo propuesto en cada día de la novena.

Para cerrar con broche de oro en la noche disfrutábamos de una novena comunitaria en un espacio abierto de la casa de la familia de Don Mauricio Mora y su Esposa Sandra, siempre nos pedían nuestro aporte reflexivo, el que dábamos con sencillez y en nombre de Jesús.

Considero pertinente destacar de esta experiencia de misión lo siguiente:

Hacer misión implica despojarse de estructuras, para abrirse a lo nuevo y descubrir lo que Dios tiene para enseñarnos desde la gente sencilla, en cada momento y lugar.

En cada palabra y gesto de acogida está el acontecer de Dios, que nos permite caminar hacia Belén y ser misioneros al estilo de Jesús.

Los jóvenes y niños son testimonio constante del actuar de Dios, sólo es posible descubrir este actuar en la medida en que los acojamos desde el corazón y les abramos los espacios donde ellos se sientan importantes y útiles desde el servicio.

La unión hace posible ejercer de forma asertiva el liderazgo y emprendimiento de los miembros de una comunidad.

Dios nos ha dado tantas bendiciones, que cada día tenemos mucho que agradecer, en Dios vemos y gozamos de esos privilegios. Cada momento vivido en la experiencia de misión, fue la oportunidad de constatar las grandes bendiciones de Dios.

Las palabras se hacen cortas para seguir expresando lo que significó esta experiencia, sólo me queda decir:

“Te damos gracias, oh Dios, te damos gracias, pues cercano está tu nombre; los hombres declaran tus maravillas. (Salmo 75:1)