¿Te ha pasado que al caer la tarde, ya en tu habitación, preparándote para el descanso de la noche, te invade una sensación de vacío tan grande que no sabes qué hacer?
Desafortunadamente, muchos de nosotros, vamos por la vida en modo avión, viviendo en piloto automático, como si nada nos afectara. Esto nos impide tomar conciencia de lo que vamos viviendo y sintiendo, sin caer en la cuenta que pasamos por la vida de manera tan acelerada que no le damos a Dios la importancia que tiene en nuestra vida. Pero, a veces es necesario hacer paradas y pensar cómo estoy viviendo, hacía donde voy, cuál es el sueño que Dios ha pensado para mí. Son preguntas que nos remecen, y que muchas queremos evitar porque nos duelen, pero es necesario pasar por ese dolor para que Dios obre en nuestra fragilidad, nos levante del polvo y nos cure con su amor misericordioso. Esto nos ayuda a crecer y a vivir amando, tal como lo hizo María.
Hoy te quiero invitar a que puedas contemplar a María como una mujer que siempre ha estado presente en tu vida, pero muchas veces ni siquiera nos damos cuenta que ella está acompañándonos, porque es un madre que de forma silenciosa guía nuestros pasos hacia su hijo Jesús.
Por eso, cada vez que necesites que alguien te consuele, acuérdate que María es una Madre a quien podemos confiarle nuestras penas, alegrías, inseguridades, dudas, cuestionamientos… es decir toda nuestra vida. Cada vez que algo te preocupe acude a ella para que en sus brazos misericordiosos encuentres consuelo y descanso ¿Acaso una Madre tan buena y tan tierna es capaz de pasar por alto el dolor de sus hijos? Te aseguro que si la invocas con fe siempre te sentirás escuchado… y cada vez que sientas que el Señor te está pidiendo algo grande acuérdate que un día una joven de Nazareth recibió una misión: ser madre del Salvador, y ella respondió con un sí generoso, diciendo: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu Palabra» (Lc 1, 38).
Desde ese momento la vida de María se transformó en un “Hágase”, pues tomó conciencia que estamos hechos para Dios, para servirle a Él. Ella derramó todo el amor de Dios sobre los más necesitados, y fue capaz de negar todos sus proyectos y necesidades para cumplir la voluntad del Amado, pues sabía que sin Dios su vida no tenía sentido. Por eso, a pesar de los miedos que nos invadan, tenemos que confiar en la voz del Señor que resuena en nuestro corazón llamándonos a construir grandes proyectos. Tenemos que tener la valentía de María, para responder siempre con generosidad y abandonarnos a la voluntad del Señor. Abramos nuestro corazón a la obra que Dios quiere hacer en nuestras vidas, y con total disponibilidad digámosle una y otra vez: “Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad” (Sal. 39).
Si alguna vez dudamos contemplemos a María, la mujer del hágase que llena de luz nuestras vidas; que nos enseña a formarnos en el amor misericordioso, amor que se hace oblación y se demuestra en el servicio hacia los más necesitados. Basta con pensar en lo que hizo María cuando se enteró que su prima Isabel también sería madre: se puso en camino. Tal vez, es momento de que nosotros también nos pongamos en camino y derramemos el amor misericordioso sobre nuestros hermanos, tal como lo hizo María.
María nos ha mostrado un camino de santidad: cumplir en todo momento la voluntad de Dios. Por eso, es la mejor compañera de camino que podemos tener. Te aseguro que si la amas como a una verdadera madre ella te ayudará a crecer en la fe y estimulará tus deseos de cambiar. Si dejas que la ternura de María llene tu vida verás como ella te tomará de la mano y te guiará hacia Jesús. Por eso no te canses de decirle: “Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro ¡Oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!”
Precioso maravilloso palabras que llegan muy adentro de nuestros corazones